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Google y el diario de Yrigoyen o la imperceptibilidad del todopoderoso

Opinión 16 de Octubre de 2008

Siempre me molestó que Google adecuara automáticamente los resultados de mi búsqueda de acuerdo al lugar desde donde realice la búsqueda. Google identifica si estoy en Argentina, Estados Unidos o Chile, y de esta forma ordena los resultados de mi búsqueda de acuerdo a criterios de proximidad o relevancia. Desde el punto de vista de la empresa, esto no es más que un "valor agregado" o una supuesta ventaja del motor de búsqueda. Pero en realidad esta sencilla y casi inocente característica nos abre la puerta a reflexionar sobre algunos temas que lejos están de ser ingenuos o inofensivos.

La forma en que se utiliza la tecnología para identificar y seleccionar es en realidad un enorme filtro, o dicho de otra manera en una enorme máquina de censura.
El buscador de Internet se ha convertido en un dispositivo tan incorporado a la realidad social que se convierte en un instrumento invisible. Está allí, y lo utilizamos naturalmente como si fuera abrir la heladera o encender el gas de la hornalla. Así, olvidamos que lo que nos devuelve el buscador a partir de nuestras palabras clave es el resultado de un complicado proceso de búsqueda, categorización y posicionamiento que se ejecuta en el interior del buscador. El buscador da resultados categorizados de acuerdo a determinados procedimientos y ecuaciones que se mantienen en secreto como la fórmula de la Coca-Cola. Creemos que lo que nos aparece arriba resulta más relevante para nuestra búsqueda. Pero... ¿es ese el único orden posible? ¿Existe otra manera de categorizar los resultados? ¿Cómo podemos estar seguros de que recibimos todas las respuestas posibles?

 

El tema de la carga de poder con que cuentan los buscadores parece haber quedado en un segundo plano, justamente por el hecho de que se encuentran naturalizados en nuestra navegación cotidiana. Sin embargo, un interesante artículo que encontré en el "First Monday" sobre la visualización de la diferencia de búsquedas en Google en diversos países me hizo volver a pensar sobre el algoritmo, el poder y la construcción de Google como una herramienta transparente. Un análisis ideológico del buscador fue publicado este año en el libro Googleame y comentado en una nota realizada en este mismo sitio. 

Pero ¿cómo llegamos hasta este estado de invisibilidad? Lo interesante es que la invisibilidad es un proceso que se ha construido socialmente. Las cosas no siempre fueron así y podrían ser de otra manera.
Desde su aparición en el mercado, Google apeló a una interfase espartana, donde lo único que ocupaba la página era la caja para poner las palabras buscadas. Lo demás era sólo una pantalla blanca, neutra, libre y angelical. La idea, claramente, era que no percibiéramos que Google estaba allí, que no había influencias de publicidades o intereses que pudieran interferir nuestras búsquedas. Recordemos que para el momento de la aparición de Google, nos encontrábamos en plena "guerra de portales", en la cual diferentes empresas trataban de captar al mayor número de cibernavegantes abigarrando en una sola página toda información, servicio, o cualquier cosa que pueda necesitar una persona. Los portales eran entonces páginas con una densidad cercana a la de un agujero negro. Fue entonces que apareció Google y su aire angelical.

 

En un segundo momento de la construcción de la invisibilidad apareció la barra de búsqueda en parte superior de los navegadores. Desde ese momento ya no sería necesario pasar por la página principal del buscador, sino que con sólo escribir las palabras en el lugar correcto recibiríamos los resultados. La incorporación de la barra del buscador simplifica la búsqueda, pero diluye la idea de que estamos buscando en un sitio y esto implica una elección.

Pero sin dudas la oficialización del pasaje absoluto a la invisibilidad apareció junto al Chrome, el navegador que Google hizo disponible de manera gratuita hace algunas semanas. Más allá de las características generales del navegador que han sido comentadas en muchos sitios, blogs y prensa escrita. Sin embargo un detalle ínfimo y casi imperceptible pero de consecuencias de gran importancia ha pasado desapercibido (y creo que nadie ha comentado nada al respecto).

En este nuevo navegador la barra de las direcciones (donde escribimos www.ellugarquebusco.com) es la misma que la barra del buscador. En la cual ponemos las palabras que buscamos. Es decir, da lo mismo escribir una dirección completa que buscar información. La búsqueda se da de manera transparente e invisible como la resolución de los servidores (ninguno de nosotros piensa/reflexiona o se cuestiona cómo es que cuando escribimos una dirección www.loquesea, efectivamente recibimos lo que queremos). El complejo sistema de traducción de nombres a direcciones numéricas de servidores nos es ajeno como usuarios finales. Lo mismo pareciera que sucede con la búsqueda. Necesitamos información sobre un tema, no sabemos dónde buscar, escribimos las palabras en el mismo lugar donde escribimos las direcciones que sí sabemos y voilá, por arte de magia y del todopoderoso G, recibimos una sugerencia de páginas donde aparece la información que buscamos. Desaparece así la idea de buscar en Google u otro buscador, recibir resultados del buscador parece la forma natural y transparente de recibir la información.

Se naturaliza una acción convencional, y se construye un nuevo significado. Buscar (en el buscador) parece ser una expresión que refleja una realidad de otrora, tan anticuada como "colgar el teléfono".

Es cierto que en la configuración del navegador Chrome podemos cambiar cuál es el motor de búsquedas predeterminado, pero esta función posiblemente sea muy poco utilizada. La gran mayoría de los cibernautas son monoteístas o -lo que es peor aun- desconocen que lo son.

¿Será demasiado tarde para hacer resaltar la presencia de las decisiones y del poder incluido en los resultados del navegador?

 

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