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La dieta cognitiva.

Opinión 11 de Junio de 2013

En la columna que escribí a principios de 2012 para la revista Stakeholders sobre responsabilidad social empresaria y uso de TIC utilicé la analogía entre los bit chatarra y la comida chatarra. Abordé esta analogía ya que en nuestras sociedades la comida chatarra es la opción alimenticia más accesible y económica (fast food, golosinas), aunque claramente es la opción menos saludable. El consumo masivo de esta clase de alimentos ha generado un aumento de los índices de obesidad, sobre todo en los sectores más vulnerables socioeconómicamente, según han alertado diferentes estudios médicos. Al igual que en el mundo presencial, en el mundo virtual los “bit chatarra” son aquellos que más abundan y son más fácilmente accesible en Internet, aunque claramente no son la opción más sana, saludable y adecuada para nuestra dieta cognitiva. Al igual que lo que sucede con la comida chatarra es necesario proponer diversas actividades para generar en la población patrones de consumo saludables.

Profundizando aún más esta analogía, en un artículo aparecido en al revista Forbes (sí, la mismísima Forbes del establishment económico) Jonathan Salem Baskin habla de los medios sociales como la comida chatarra. El artículo se llama: “Los medios sociales son la comida chatarra para el cerebro. ¿Por qué los nutricionistas están callados?” [http://www.forbes.com/sites/jonathansalembaskin/2013/02/06/social-media-are-junk-food-for-our-brains-why-are-the-nutritionists-silent/] y realiza un interesante análisis sobre el consumo de los medios sociales. Empieza llamando a la reflexión: "No requiere preparación, es fácil de consumir, rápido, satisfacción inmediata y te deja con ganas de más". Según el autor esto podría describir la sensación de comer una papa frita o de leer Twitter (o cualquier otro medio social). Entonces Baskin se pregunta –al igual que Gavriel Salomon ya lo había hecho al menos diez años atrás– si todo lo posible (tecnológicamente) es realmente deseable. El artículo no tiene desperdicio (como una bolsa de papas fritas), aunque, en ciertos momentos, partes del análisis rozan un razonamiento tecnodeterminista; por ejemplo, al mencionar la mala ortografía o la falta de concentración como un efecto de la tecnología.

Con esta metáfora en mente, pensemos sobre los programas de entrega masiva de dispositivos a niños y jóvenes. La idea de favorecer la inclusión digital, entendida como la posesión de las tecnologías, abre un nuevo escenario, en el que podemos preguntarnos si a esa inclusión llegan todos de la misma manera y con las mismas herramientas para poder usar los dispositivos y no terminar con una ingesta indiscriminada de bits tóxicos. ¿Los programas de entrega de dispositivos no estarían ampliando la brecha entre aquellos niños/jóvenes que pueden aumentar su creatividad y formas de expresión (consumir de forma saludable) y aquellos que quedan atrapados en usos triviales marcados fuertemente por el consumo y el marketing? 

Mi pregunta es entonces: ¿cómo mejoramos la dieta cognitiva? ¿Cómo ayudamos, quién ayuda, dónde se ayuda a las personas (de todas las edades) a poder establecer una sana dieta digital, para generar patrones de uso y para tomar decisiones informadas y saludables? ¿Cómo hacemos para que la entrega masiva de dispositivos digitales no se convierta en una entrega masiva de bolsas de papa fritas, y vouchers para ilimitadas comidas en McDonalds?

 

 

La fotografía es Fries, por Brett Jordan.

 

 

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