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Basta de inyecciones

Opinión 26 de Junio de 2009

En los últimos años, la escena educativa ha estado colmada de debates en torno a la inclusión de las nuevas tecnologías: los cambios, o no, en el rol de los docentes, su incorporación a las aulas, su valor para lograr mayores resultados en el aprendizaje. Fabio Tarasow nos invita, a través de esta nota, a volver a reflexionar en torno al par tecnología y educación desde una perspectiva crítica, pensando a esta relación en su sentido amplio.

Es común al referirnos al tema de las nuevas tecnologías y la educación (y sobre las tecnologías en general) encontrar frases como “el impacto de las nuevas tecnologías en la educación, o en el aula”, las “transformaciones de la educación” o “las modificaciones de la tarea docente a partir de las nuevas tecnologías”.

Todas estas frases parecieran referir a que entre esta relación tecnología y educación escolar se encuentran dos “mundos aislados”, independientes, con lógicas propias y diferentes. Por un lado, el mundo educativo y todas sus variantes y, por otro lado, la tecnología que aporta sus avances y desarrollos externos a la educación.

Además, estas referencias siempre parecen referirse a impactos que, o bien son buenos, buenísimos casimilagrosos, o a malos, malísimos catastróficos. En ambos casos siempre suponemos que la tecnología modifica algo en la educación.

Pero, ¿hasta qué punto podemos seguir pensando en esta relación de manera tan tajantemente dicotómica? ¿Es sostenible, ya entrados el siglo XXI, considerar a la tecnología como los dispositivos que es posible aplicar/utilizar/incorporar en la educación para hacer las cosas mejores? ¿Y en todo caso, qué significa mejor?


I

Pensar en tecnología es imaginar una serie de dispositivos y artefactos, como una colección de invenciones maravillosas, que se aplican para solucionar los problemas educativos, para mejorar o perfeccionar o hacerla más eficiente.

Sin duda el avance y el progreso educativo no puede sino estar asociado a la utilización de todo este “aparataje tecnológico” en las aulas.

Fuimos educados en un ambiente donde la tecnología es venerada como algo de avanzado y moderno, en general algo bueno aunque puede hacerse un mal uso de ella (las armas de guerra). Así, entonces, no nos cuesta aceptar esta especie de “imperativo moral” de incorporar el uso de las tecnologías (vaya cosa buena que es esta cosa “la tecnología”), y, entre nosotros, siempre existe un imperativo político (el ejercicio del músculo cortacintas que da muy buenos réditos y fotografías.)

¿Pero cuál es el sustento de este “imperativo moral” de incorporar tecnología?

La respuesta está en la forma en que concebimos a la tecnología:

aceptamos de manera natural que las tecnologías son algo objetivo e independiente del resto de la sociedad, que tiene los poderes o cualidades necesarias para solucionar los problemas educativos, y que las tecnologías tienen una evolución lineal que las hace siempre mejor y más adelantadas. Además, como las tecnologías son “neutrales” su valor dependerá del uso que se le dé. Esta forma de entender la tecnología es denominada “determinismo tecnológico” y es la manera “más natural y difundida” que conocemos para entender la relación tecnología y sociedad.


II

¿De qué otra manera puede entenderse esta relación? ¿Se trata en verdad de dos entidades separadas (educación / tecnología) o se trata en realidad de que la educación es(tá) tecnológicamente constituida desde la más (no)tecnológica imagen del alumno sentado en un banco mirando un lámina del cuerpo humano en el pizarrón? ¿Podemos pensar la relación entre tecnología y educación de manera diferente a la inyección de aparatos, aparatitos y aparatejos dentro de las instituciones? ¿Estamos enchufados y no nos dimos cuenta? ¿Dónde está mi cable a tierra?

¿Por qué existen edificios a los que llamamos escuelas, separados en aulas, con alumnos organizados por edades, con un programa y unos métodos de aprendizaje? ¿Todo eso es algo natural?
La organización escolar en todas sus formas y los sistemas educativos, son un dispositivo destinado a suministrar educación a la población, es un problema real y práctico pero además es socialmente construido. La organización de los sistemas escolares es un complejo entramado tecnológico.

Una organización creada y diseñada por el hombre.

No es necesaria la incorporación de celulares o computadoras u otros artefactos para concebir la tecnología escolar, porque la organización escuela es en sí misma una tecnología organizacional.

Pero no solo el sistema educativo es tecnología: el lenguaje, las representaciones icónicas, la mediación de la comunicación, la profesionalización docente:…. La escuela y el aula son un caldo de cultivo tecnológico. Estamos sumergidos en tecnología desde el momento que pasamos el umbral de la escuela, (¿o más bien desde que amanecemos?)

Repensar esta relación entre escuela y tecnología no tiene un valor exclusivamente discursivo. Por el contrario se convierte en una poderosa herramienta que al destrabar la tensión de tecnologías buenas o malas, contribuye en la toma de decisiones. Así, el cambio educativo puede pasar a considerarse ya no como una evolución lineal y acumulativa (de cada vez nuevas tecnologías, cambios curriculares, o métodos pedagógicos) sino como un entramado dinámico en el que se ponen en juego muchas más variables y actores que las que se pueden considerar a simple vista, y donde los recorridos tiene curvas, subidas, bajadas, vericuetos,
bifurcaciones y caminos sin salida.

Quedarnos en la discusión sobre los artefactos, oculta el verdadero debate: el problema de la educación no es un problema “técnico (aparatos)” sino un problema social. Discutir sobre las tecnologías en la educación es pensar en primer lugar como se pregunta Juana Sancho , si la escuela es la tecnología adecuada para resolver los desafíos educativos actuales. Muchos de los problemas que encontramos en la educación nos obligan a pensar desde lo pedagógico y no desde lo tecnológico: qué y cómo enseñamos, cómo formamos a nuestras futuras generaciones docentes y las respuestas a estas cuestiones vendrán desde lo pedagógico y no por la utilización (o no utilización de este o aquel dispositivo)

III


Llevamos ya casi un cuarto de siglo… (achalay cómo el tiempo vuela) haciendo planes de incorporación, planes de capacitación, entregas de equipos, modificaciones curriculares, y a esta altura ya podemos ver las cosas con un poco más de perspectiva.

Durante estos años pudimos presenciar que algunos dispositivos se han incorporado con mucho más éxito que otros a la vida de las aulas. ¿Por qué?

Pensemos, por ejemplo, en el software que se utiliza para hacer presentaciones… el power, power…. Si ese… el power. Sin duda es uno de los programas más utilizados, tiene amplia aceptación tanto por los alumnos como por muchos docentes… Sin embargo, en muchos de los casos, se utiliza de una forma que no ayuda a promover una ruptura en la forma de enseñar, sólo se usa para transmitir información (del docente al alumno o viceversa).
Pero pocas veces se usa con el propósito de desafiar a los alumnos (y al resto de la comunidad) a repensar, ordenar, desestabilizar para exponer el resultado de un trabajo profundo y complejo de pensamiento. Caemos en la trampa de las animaciones y nos olvidamos que aunque no sepamos hacer lo mismo que nuestros alumnos con el programa, nosotros como docentes sí podemos ayudarlos a “amasar toda esa información” y construir conocimiento: comparando, reflexionando, cuestionando, dudando, argumentando, evaluando, experimentado (y siguen los verbos), y esa es una de las misiones esenciales en que la tarea docente no ha perdido ni un ápice de su importancia.

Uno de los aspectos más importantes al pensar en esta relación tecnología educación tiene que ver con el racional pedagógico con el que incorporemos un dispostivo, con aquello específico que los docentes sabemos hacer bien que es ayudar a construir los procesos de pensamiento, a estimular el pensamiento crítico, a cuestionar, a buscar respuestas.

Para poder pensar en cómo incorporar otras tecnologías en la educación deberíamos descentrarnos del pensamiento tecnologisista y pensar primero en los resultados de aprendizaje que queremos lograr, en los procesos de pensamiento que queremos estimular y sólo después pensar cómo la tecnología nos ayudará a lograrlo. Ni los blogs, ni los wikis, ni los celulares, ni ningún software es educativo per se, ni debería tener el pasaporte para entrar en el aula si no están acompañados de esta posibilidad de ser usados de manera significativa. De lo contrario, podríamos llegar a pensar que poniendo alguna clase de “pizarrón mágico” vamos a lograr súbito que con un click los chicos aprendan, razonen, cuestionen, desarrollen toda clase de habilidades cognitivas y sean mejores ciudadanos….


Publicado en la revista 12ntes. Junio de 2009.

http://www.12ntes.com/

 

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